Este artículo es el ganador del Concurso de divulgación Ciencia Jot Down con la temática «orden y caos» en la modalidad de ensayo.

El 16 de noviembre de 2001, Michael Lasseter acudió al aeropuerto de Atlanta para tomar un vuelo hacia Memphis. Viajaba con su hijo de seis años y su cuñado para asistir a un partido de fútbol americano universitario en el que su equipo, el Georgia, se enfrentaría al University of Mississippi. Aquella mañana todo parecía ir bien. Habían llegado a tiempo al aeropuerto y después de facturar el equipaje y pasar por el control de seguridad, los tres esperaban tranquilamente a que comenzase el embarque de su vuelo.

Fue en ese momento cuando Lasseter se dio cuenta de que no tenía con él su cámara de vídeo. Durante unos breves instantes buscó inútilmente con la mirada a su alrededor, hasta que de repente, como si se tratara de una epifanía, visualizó nítidamente en su cabeza el lugar en el que la había olvidado: la entrada del aeropuerto. Consultó su reloj. Calculó que si se daba prisa podría recuperarla y llegar a tiempo para el vuelo, así que no se lo pensó dos veces y echó a correr siguiendo el flujo de los pasajeros que acababan de aterrizar.

Al llegar al lugar donde debería estar la cámara, y después de una búsqueda infructuosa, volvió a mirar el reloj. Eran ya las doce menos cuarto y faltaban pocos minutos para que su avión despegase. Necesitaba volver inmediatamente a la puerta de embarque, pero frente a él se extendía ahora una enorme fila para cruzar el control de seguridad.